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  • Foto del escritorIvette Estrada

Se entretejen con las acciones cotidianas y nos permiten transitar por diferentes etapas de vida. Cierran e inauguran nuevos ciclos y vivencias. Permiten afrontar los duelos y darle la bienvenida a la vida y a nuevos retos. Los ritusles nos permiten organizar las horas.

Sin embargo, existen prácticas aún no establecidas con firmeza en la cotidianeidad: los rituales que nos predisponen a la felicidad. Asumimos, erróneamente, que se trata de un don fortuito y que no podemos predisponernos a él. Sin embargo, algunas acciones nos permiten imbricarnos con una percepción más benigna y esperanzadora de todo. Les llamo arbitrariamente, rituales de alegria.

Se trata de acciones humildes, casi imperceptibles que soslayamos o de plano ignoramos, pero que nos permiten un mayor disfrute de todo. Enumeré algunas de ellas, pero cada uno de nosostros debe generar un listado que reflejará nuestra unicidad.

  1. Agradecer la respiración y la luz. Un nuevo día es esperanza viva para descubrir y realizar. Dar las gracias por tener vida y mirar la luz son acciones tácitas para reconocer a Dios en nosotros.

  2. Meditar. Bastan sólo unos momentos para percibir los crótalos del corazón, calmar los sentidos, abrirnos a las experiencias de vida. Una manera muy sencilla de meditar es poner las manos sobre el corazón y respirar lentamente, concentradas en el bamboleo dulce que se aprecia dentro del pecho.

  3. Sonreír. La primera mirada al espejo debe pintar una sonrisa auténtica y agradable. Es tomar consciencia de lo importante que eres para tí mismo. Incluso si sonríes no sólo generas una imagen más atractiva para otros, sino que tu cerebro asume que eres feliz y genera una dosis considerable de endorfinas que te propician bienestar.

  4. Comer despacio y en platos de colores. No sólo se trata de tener vajillas coloridas sino platillos con distintas formas y tonalidades.

  5. Vestir prendas de telas suaves y líneas orgánicas. La ropa y el calzado nos permiten una aproximación importante del bienestar. Buscar tonalidades con las que nos sintamos bien. Evitar prendas ásperas y estructuradas.

  6. Buscar la belleza en cada rincón. Fotografías de nuestros seres queridos, plantas y flores transforman los lugares comunes y los llenan de una magia especial.

  7. Brindar tu trabajo cotidiano al arquietecto de la vida, tus ancestros o causa significativa, por pequeño y humilde que sea tu trabajo bríndalo al bien.


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  • Foto del escritorIvette Estrada

Una cita aplazada para visitar una iglesia, el halago prodigioso que rompe la tarde triste, la palabra Dios que se impone entre los crótalos del corazón, el cese súbito de mendigar atención, la rutilante proeza que sólo tú ves en ti misma...esos son los placeres que se tejen en el día a día.

Nuestra realidad ahora se concentra en diminutos hallazgos, en los amaneceres que preludia el canto de los pájaros, en las tonalidades de la luz de verano, en recuerdos breves de días que ya se fueron.

La vida tras el Covid nos hace volver a las raíces, a regresar a lo que realmente importa, a descubrir la importancia de la familia, el hogar, los soliloquios y el silencio. La felicidad ya no es una estandarizada moneda de cambio. No es apariencia, se convierte en una esencia sencilla y única como cada uno de nosotros.

Los rituales ahora no emulan lo dictado en los medios de comunicación, no son copias falaces de lo impuesto, sino que corresponden a nuestras creencias y una larga idiosincracia que se había perdido en el bullicio de una vida que anhelaba suplir las grandes preguntas de la vida con compras frenéticas y anhelos rotos ahora, tras la criba de lo verdadero.

El hedonismo, como nuestros hábitos y maneras de interrelacionarnos, trabajar y soñar ahora son nuevos. Reescribimos nuestra historia sin haberlo imaginado.




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  • Foto del escritorIvette Estrada

Orar es el principio de las cosas buenas, el cimiento de las construcciones felices, la puerta para escapar de la incertidumbre, afianzar nuestra fe en realidades más felices. Es hablar con Dios. No con frases aprendidas de memoria que no representan nuestra esencia, sino con el verdadero clamor de quiénes somos y lo que tememos, amamos y buscamos. Es encontrar un Dios que habla nuestro idioma y comprende las creencias y mitos que envuelven la percepción y manos. Hablar con Dios es encontrar una guía en medio de la incredulidad y el caos, es permitirnos añorar sucesos mejores y tratar de ser la persona que anhelamos ser desde el principio del tiempo. Que en nuestro corazón exista sabiduría para enfrentar todo y ser todo.


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