Orar es el principio de las cosas buenas, el cimiento de las construcciones felices, la puerta para escapar de la incertidumbre, afianzar nuestra fe en realidades más felices. Es hablar con Dios. No con frases aprendidas de memoria que no representan nuestra esencia, sino con el verdadero clamor de quiénes somos y lo que tememos, amamos y buscamos. Es encontrar un Dios que habla nuestro idioma y comprende las creencias y mitos que envuelven la percepción y manos. Hablar con Dios es encontrar una guía en medio de la incredulidad y el caos, es permitirnos añorar sucesos mejores y tratar de ser la persona que anhelamos ser desde el principio del tiempo. Que en nuestro corazón exista sabiduría para enfrentar todo y ser todo.
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