Adentro del recuerdo, de esa inmensidad en la que existes, tu voz se escucha con el agua. Musitas en la llovizna, arrullas desde los nombres de los riachuelos y del mar... apareces en los silencios y el rocío matinal. Estás en la luz de primavera, sobre los párpados, en todo lo que crece y germina, y en los oleajes casi imperceptibles de la sangre. Estás siempre. Estarás siempre en las lunas y en el cuerpo de la memoria, en la cotidianeidad, en lo que imagino y en todo lo que ya existe. Estás, Mamita, como milagro inmarcesible en la piel del cielo y también en la hondura de las raíces que nunca se pierden. Estás en la verdad y en cualquier noción de belleza y sacralidad. Mamita tú nuca te has ido. Tú nunca te irás.
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